Isabel acaba de recuperar su libertad, y sólo tiene una cosa clara: no piensa volver a perderla. Por ello no quiere volver a relacionarse con nada que tenga que ver con su pasado reciente. La aparición en su vida de Rufo, un viejo amigo, supone una contradicción, ya que este le proporciona la compañía, el afecto y la experiencia de saber sobrevivir, a la vez que siente que es el compañero de viaje que menos le conviene, estableciendo con él una relación en la que no se sabe quién se apoya en quién. Despertarse, ir a ganarse la vida a diario y compartir la intimidad es lo común en las personas, incluso en las que no tienen techo. Esta casa sin paredes no es tan diferente a las de las personas corrientes. Lo importante es quién las habita.